martes, 17 de enero de 2012

CAROLINA RODRíGUEZ: "Silencio líquido"

Hoy has vuelto a Santa Cruz del Sil. Teresa te llamó ayer para decirte que la abuela había muerto. Te esperaban a las cinco para el funeral. Tras un tedioso viaje de seis horas en coche te diriges directamente a la iglesia. El pequeño templo está abarrotado. En el interior nada parece haber cambiado en estos quince años. El altar decorado con las mismas flores de plástico, los desconchones en la pared, el mismo soniquete de campanillas en el ofertorio… En el primer banco, próxima al féretro y custodiada por un séquito de mujeres, tu madre concentrada y llorosa apenas te saluda. Sus ojos húmedos te miran censuradores como aquella tarde de verano.

Aquel verano de despertares y conquistas.

Aquel verano de coqueteos y enamoramientos.

Aquel cálido y dulce verano. 

Aquel verano en que tu hermano Carlos murió. 

Desde que nació, él había recibido todos los abrazos y besos de los que ni tú ni tus hermanos disfrutasteis. Sin esfuerzo, cosechaba alabanzas y elogios. Sus imprudencias se consideraban travesuras, sus caprichos, necesidades y sus faltas de respeto, una muestra de carácter.

Contra tu costumbre, aquella tarde no te importó que os acompañara al río, porque de ese modo tu madre no pondría ninguna objeción a que fueras sola con Jaime. Eso sí, ella insistió como siempre en que tomarais todas las precauciones. El rÍo era peligroso y traicionero en las zonas profundas. Hacía mucho calor, así que buscasteis el cobijo de una frondosa sombra. 

Recuerdas que tras poneros el bañador, jugasteis los tres un rato en la orilla. El agua, transparente y gélida, parecía clavarse en la piel como puñales. 

Recuerdas que tus piernas entumecidas te llevaron de regreso a la orilla haciendo equilibrios sobre los cantos rodados resbaladizos por el musgo viscoso que los recubría. Dejaste solos a los chicos gritando y correteando entre las rocas.
Recuerdas el fibroso cuerpo de Jaime mientras escalaba uno de los riscos que sobresalían sobre la límpida cara del río.
Recuerdas que desde lo alto, cogió impulso batiendo los brazos varias veces como si de un saltador profesional se tratara.
 

Recuerdas sus manos abriéndose paso entre las aguas cuando se lanzó desde aquel trampolín natural.
 

Recuerdas cómo, durante unos segundos, tu corazón dejó de latir esperando ansiosa que su cabeza reapareciera en la superficie buscando aire.
 

Luego, nada. Y de repente, tan solo el cuerpo de Carlos, boca abajo, flotando desvalido, transportado por la corriente.

No recuerdas cuando habías dejado de verle, cómo lo sacasteis presurosos del agua ni cómo lo subisteis a hombros hasta la carretera. No recuerdas el coche que os llevó al puesto de socorro más próximo, ni el gesto apesadumbrado del médico. Tampoco cuánto tiempo pasó hasta que por fin reuniste el valor para entrar en casa y mirar  a tu madre a los ojos. Esos ojos acuosos que te miraron sin preguntar, sin pedir ni una sola aclaración. Un silencio que encerraba mil y un reproches. Un silencio pesado y líquido.

4 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. Es duro, impactante.

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  2. Y en segunda persona, con lo atípico que es, le da más fuerza.

    Ilu

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  3. Descriptivo e impactante. Se llega a sentir ese silencio pesado y líquido . A mi también me ha gustado mucho

    Conchi

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  4. Carolina Rodriguez tu eres de segundo.Otra mujer que escribe bién.
    Visitanos un martes y conoceras a más mujeres que escriben bien.
    ¡Qué envidia!
    Jovenanciano

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