jueves, 24 de noviembre de 2011

TERESA URIARTE: "LA CELDA"

Entré en el bar La Cepa porque recordaba desde niña que daban los mejores champiñones de San Sebastián. 
—¿O sea que tú eres la nuera de Juan Abrisketa? Dame un abrazo —dijo—,  y salió de un costado de la barra. Era un hombre viejo, con un delantal de cuadros circundándole  una enorme tripa. Se emocionó tanto al verme que por poco me tira al suelo.
—¿Qué ha sido de tu suegro? ¿Vive? Dale un abrazo de mi parte, de Sabino Bolas, le dices. ¡Qué hombre, tu suegro! No he vuelto a reírme tanto en mi vida. Estábamos cinco en la misma celda del Puerto de Santa María: Peio Aurrekoetxea, de Lekeitio, Koldo Bertiz, de Ondárroa, Jon Ajuria, de Barakaldo, tu suegro y yo. Los cinco  condenados a muerte. 
»Caímos en noviembre del 41. Cuatro paredes, cinco camastros y un váter en una esquina y todo el día mirándonos. ¿Te apetece una cazuelita de champis? ¿Un blanco? Tu suegro tenía los ojos azules, chispeantes, y una sonrisa así, de conejo, le estoy viendo. Las que montaba solo dándole vueltas a ésta —se tocó la sien—, porque no teníamos otra. Pasábamos las horas en cuclillas, acojonados. Fumábamos. Tu suegro no, tu suegro jugaba con una cuerdita enroscándola entre los dedos. 
»Tres veces al día nos interrumpía un funcionario para echarnos un cucharón de guisote en los cuencos de aluminio. A tu suegro se le ocurría de todo: “Ahora vais a ver al mejor equilibrista del mundo”. Ponía los brazos en cruz y atravesaba la celda en línea recta balanceándose a un lado y otro. El mejor espectáculo de  circo. Lo hacía durar  y durante horas nos mondábamos de risa. Inventaba bromas increíbles. Una de las mejores fue cuando nos apostó a que le quitaba el fusil al funcionario. ¿Quieres otro blanco? Cómo le íbamos a creer. Y sin embargo lo consiguió. Vino el funcionario con el caldero de sopa, tu suegro trepó hasta lo más alto de los barrotes y le dijo: “¿A qué no es usted capaz de hacer esto?” “¿A qué no?” Y le picó. El tonto del funcionario le entregó el fusil para demostrarnos de que sí era capaz. Tu suegro nos ganó la apuesta. 
»Con migas de pan construyó las figuras del ajedrez. Con el polvo de las baldosas dibujó el tablero. Las blancas, las negras. Se sentaba en un rincón y jugaba contra sí mismo, todo en su cabeza. El rey, la reina, los peones, los caballos, el alfil. Saltaba como una rana de un lado a otro del tablero: ahora soy blancas, ahora soy negras. Hasta se nos olvidaba que estábamos condenados a muerte. ¿Quieres más champis? 
»Una noche escuchamos por el pasillo las botas de los funcionarios, del juez, de la comitiva, dando voces. “¡Sabino Aurrekoetxea!”. Sabin se levantó del catre. Todos sabíamos adonde le llevaban. Se soltó la medalla de la Virgen de Begoña y se la dio a tu suegro. "Cuando salgas, Juan, se la llevas a mi madre, a Lekeitio. Cuéntale los últimos días con vosotros, lo que me he reído. Diles que les quiero mucho, que no me olviden". Eso le dijo. ¿Te apetece algo más?

domingo, 20 de noviembre de 2011

MARÍA BENEDETTI: "SOBREVIVIENDO"

Sentada en un banco de diseño de la recién inaugurada Plaza de Arrikibar, Martina acariciaba con delicadeza un mugriento muñeco de peluche que asomaba por entre las asas de una desgastada bolsa de tela. El resto de sus  escasas pertenencias se esparcían a su alrededor.
Probablemente, ese peluche era quien recibía las caricias que en otros tiempos iban destinadas a un ser de carne y hueso. El muñeco se dejaba hacer, pero no respondía. De sus ojos de cristal nunca salía una lágrima y esa estúpida mueca de media sonrisa que le cosieron en su día en la fábrica de juguetes, permanecía impasible.    
Martina es parte del paisanaje de mi ciudad. Ella y sus colegas son inquilinos permanentes de las calles. Las aceras son como el pasillo de su casa, las fuentes públicas son sus baños y los bancos y asientos de plazas y parques, son sus sofás. 
A  menudo van hablando sin ningún interlocutor a su lado. Otras veces, vociferan sus reproches a todos los viandantes.  He visto a alguno de ellos hacer un corte de mangas a una estatua después de haberle soltado una retahíla y no recibir contestación. 
El peluche de Martina... el interlocutor invisible... la estatua inerte... los viandantes sordos y ciegos... 
Sin respuestas... simplemente se sobrevive.

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