domingo, 26 de febrero de 2012

PATRICIA MILLÁN: 'De la teoría de Darwin'

Me decido por fin, doctor, a explicarle la evolución de lo que usted ha dado por llamar “mi enfermedad”. ¡Qué equivocado está! No hay enfermedad alguna que asole mi mente, mis acciones vienen dadas por un proceso natural de la razón. Pero comprendo que, dado que usted tiene una capacidad intelectual limitada, necesite que le aporte luz en este asunto. 
¿Ha oído hablar de la teoría de la evolución? ¿De la selección natural? Darwin tenía un intelecto superior, ¿no está usted de acuerdo? Su habilidad para juntar disciplinas, para desenmarañar los intrincados hilos de la genética a través de la observación… Desde que tenía siete años, he pensado mucho en sus principios. Y también en sus limitaciones, y he llegado a una conclusión: la evolución es demasiado lenta. Generaciones perdidas para lograr la supervivencia de los mejor adaptados.
En aquel verano de mis siete años, hacía un calor en casa de mis padres como no se había visto en décadas. Y la sucia y pegajosa humedad atraía a cientos de insectos a mi habitación, efecto aumentado por el dulzor de los repugnantes postres que a mi madre le entusiasmaba preparar, kilos y kilos de azúcar, nata y mantequilla que engrosaban los centímetros de su cuerpo.
Pasé mucho tiempo estudiando los movimientos de moscas y mosquitos. Su existencia estaba vacía, era evidente que las teorías de Darwin harían mella en estas especies. Y entonces llevé a cabo mi primer trabajo: recogía una a una las moscas que lograban entrar en mi habitación, las atravesaba con un palillo, y las quemaba en una lata de conservas. ¿Sabe lo que pasó, doctor? Nada. No luchaban, no se quejaban. Tal vez había atravesado su sistema nervioso, o a lo mejor asumían su destino. Había llegado antes de lo esperado, pero era inevitable. Sin decir nada me daban la razón, yo no hice más que acelerar lo que habría de ser. ¡Era tan lógico! ¡Y sin embargo, mis padres no fueron capaces de entenderlo! Yo había sido elegido para favorecer la evolución, y ellos eran un obstáculo.
Como las moscas, tampoco se quejaron. Aún veo en sus ojos abiertos la sorpresa, sin ser conscientes de que nada iba a cambiar cuando ya no estuvieran. Fue la última vez que usé el fuego para cumplir con mi designio, es un método demasiado engorroso y llamativo.
¡El mío es un trabajo tan arduo! ¡Tan eterno! Pocos son los destinados a sobrevivir. Los demás son trabas que una vez eliminadas, harán de los que queden una especie superior ¡Estoy logrando acortar el proceso, acelerarlo! ¿No tendrían que estarme agradecidos? Mírese en el espejo, doctor. ¿Acaso no ve que es usted uno de ellos? ¿Y yo? Yo también me he quedado atrás en el proceso evolutivo, no soy lo suficientemente inteligente. Me di cuenta cuando maté a mis padres.. Era imposible que la genética permitiera que la descendencia de esos absurdos individuos fuera mejor que ellos.
Pero no se preocupe doctor, usted contribuirá a mi proyecto aunque no lo entienda. Me han quitado mi pistola, pero no importa, siempre puedo volver a los inicios, y el fuego es igual de efectivo. Sólo una cerilla después de atrancar puertas y ventanas.
Piense en ello doctor, piense en lo que ahora haremos por la humanidad.

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