Justo a la derecha se detuvo un camión repleto de vacas. Para que cupieran más, iban colocadas a la contra: mientras unas nos daban la cara, las otras nos ofrecían el extremo contrario. Yo iba de copiloto y me entretuve en mirarlas.
Avanzábamos, parábamos… En cada encuentro, una mirada. ¡Qué ojos tan expresivos tienen las vacas!
Hubo una que siempre me sostuvo la mirada. No quise decirle adónde iba. Ella tampoco me dijo nada.
Esa vaca nos perfora el alma. Pero creo que aún más la autora, con la naturalidad con que nos informa de que la vaca, asombrosamente, no nos dice nada...
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