martes, 31 de julio de 2012

¿Alguien se ha fijado alguna vez en los ojos de Marilyn?

Sonó el despertador a la hora habitual. Cada vez le costaba mas levantarse y afrontar un nuevo día, igual a todos los demás. Se dirigiría a la ducha, se secaría el cuerpo y la cabeza, pero sin frotarse demasiado el pelo con la toalla para no estropearlo. Tenía en alta estima su fabulosa cabellera de cincuentón. Por más que en la oficina se burlaran, él sabía que era por envidia. Pablo Prieto estaba orgulloso de que el paso del tiempo hubiera hecho estragos en otra parte de su cuerpo, menos visible.

De todas  formas, no conviene presumir demasiado, pensó. La envidia de los demás no le había traído demasiadas ventajas, solo un aumento de su propia vanidad y a estas alturas ya se había dado cuenta de que era cautivo de las murmuraciones ajenas.

Tras la ducha, se peinó con el desinterés apropiado a sus propios pensamientos y se dirigió a la cocina para desayunar. Ya estaba sudando. Era una bochornosa mañana de agosto. El sol lucía ya desde hacía un rato pero no soplaba ni una pizca de aire.

Salió de casa y se dirigió al despacho, un cubículo situado al fondo de la sucursal de la que acababan de nombrarle director. Había sido un largo camino hasta llegar allí. Claro que había tenido que renunciar a trabajar en un gran banco. Su edad solo le permitía un puesto semejante en una entidad de poca monta. Pero no importaba. Le llamaban señor director. Algo que había anhelado mucho. Aunque ahora se daba cuenta de que quizás fuera en otro tiempo.
Durante el trayecto, pese a que los problemas en la oficina le acuciaban cada vez mas, tanto que cada mañana le hacían replantearse si había acertado al aceptar el puesto, su mente se dejó vencer unos instantes por la melancolía. Casi al mismo tiempo que tomaba posesión de su nuevo cargo, su mujer le abandonaba y con el paso de los meses una sensación de soledad infinita le asaltaba con frecuencia.

Compadeciéndose de sí mismo, llegó casi sin resuello al trabajo, ansioso por disfrutar del aire acondicionado que ya habrían puesto en marcha los empleados al abrir la oficina.

Pero aquella atribulada mañana no empezaba bien. Simón, que ya estaba al frente de la caja, no llevaba puesta su chaqueta y el brillo de su frente dejaba bien a las claras que iba a ser un largo y caluroso día de oficina. Se aproximó hacia él observando que la cola de clientes llegaba hasta la puerta. No le gustó ver el montón de billetes que estaban sobre su mesa sin guardar en el dispensador. Por más que le dijera que cada vez que recibiera dinero lo introdujera en la máquina antes de empezar a atender a otro cliente, no había forma. Era un descuido habitual en él.

En lo que Pablo Prieto sí se fijó, era en la mujer que estaba en la cola esperando su turno. Salvo cuando salía por las noches y algún compasivo amigo le presentaba alguna chica, no era frecuente, a esas horas del día, deleitarse con un escote así. No podía apartar la vista de ella. Se quedó un rato en la caja, observando y esperando a que llegara su turno. Tenía el pelo al estilo Marilyn. El mismo estilo que ajustaba la camiseta a su cuerpo. Sus labios eran de un rojo excesivo pero, a pesar de todo, tenía estilo. Cada vez estaba mas cerca. Gracias a ello pudo darse cuenta de que unas gotas de sudor descendían por su cuello para esconderse en ese intrépido lugar llamado busto del que no podía apartar sus ojos.

En el mismo instante en el que llegó su turno, la chica les sonrió al tiempo que alzaba su brazo derecho empuñando una pistola.

—Dame todo el dinero que tienes en la mesa, cabrón. Y las manos de los dos donde pueda verlas, les dijo.

Abandonó la oficina, después de guardar el dinero en su bolso con la destreza del que no es la primera vez que comete un atraco.

—Rápido,active la alarma, señor director, para que venga la policía, le dijo.

—¿Y que les vamos a decir, Simón?

—Pues hombre, de momento darles la descripción para que la puedan detener. Usted ha estado a aquí un buen rato, detrás de mí. Se habrá fijado en sus características, digo yo. Altura, complexión, color de los ojos. Lo que nos han enseñado en los cursillos.

—Pero Simón, ¿alguna vez te has fijado en el color de los ojos de Marilyn Monroe?

—Pues si le soy sincero no, señor director. No podría reconocer sus ojos aunque si sus piernas y su escote.

—Pues eso, Simón. Pues eso. 
Natividad Esquiu

lunes, 2 de julio de 2012

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