viernes, 23 de diciembre de 2011

Celebración

Así, así da gusto hablar de Literatura.

El espíritu de la Navidad

Nunca tuve nombre y apellido como tuvieron en vida otros espíritus. En realidad, yo no soy el ánima de un mortal, sino el de unas fechas, las que corresponden a los últimos días de cada año. Ésas en las que la comunidad cristiana conmemora el nacimiento, ya hace más de dos mil años, de un Hombre Justo. 
Dada mi dilatada experiencia en observar los sentimientos humanos en ésta, mi temporada anual de trabajo, permitidme daros unos consejos: 
—En estos días, sed felices si podéis y os da la gana. No es obligación sonreír si te duele el alma o el cuerpo. 
—Cuando emprendas la tarea de cambiar los calendarios de 2011 por los de 2012, dale a éstos un saludo cariñoso. Siempre conviene estar a bien con lo nuevo. Los viejos calendarios tíralos al reciclaje de papel con una mezcla de nostalgia y esperanza. 
—Por último, me atrevo a sugerir que te sientas agradecid@ por ser una de las personas privilegiadas que hay en el Planeta Tierra.
Os deseo a vosotr@s y a vuestras familias, todo lo bueno que seáis capaces de administrar con equidad.
EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD

martes, 20 de diciembre de 2011

CAROLINA RODRíGUEZ: "NAVIDAD REVISITADA"

Se miran en silencio. Sonríen. 
Ella acaricia su vientre hinchado, suave, lentamente. Siente cómo se mueve en su interior. Se imagina su cara, desea tocarlo, hundir la nariz en su cuerpecito, estrecharlo entre sus brazos. Habla con él bajito, como al oído, entre susurros. A veces le canta. 
La pareja entrelaza sus manos. Él navega por su pulso contenido, rítmico, intenso, a un paso de desbocarse. El rostro de la mujer, sin embargo, nunca ha parecido tan sereno, tan hermoso, tan en paz.
Dulce espera en Belén. El tiempo parece haberse detenido en el año 5 a. C.


Carolina Rodríguez: Tras “La niña del pañuelito rojo” aquel relato tan prometedor y que le valió un premio a la temprana edad de nueve años, esta cuentista se sumió en una crisis creadora que le ha llegado hasta nuestros días. Desde entonces, su relación con las letras ha sido, cuando menos, contradictoria: fuente de satisfacciones y desazón. Asidua de talleres literarios, en los que nunca pasa del nivel inicial, nuestra nueva Leopolda de Monterroso reincide nuevamente en la Alhóndiga en busca de inspiración.

domingo, 18 de diciembre de 2011

ARANTZA GORORDO: "LA DURA COLADA"

El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso –grité a mamá que asomada a la ventana tendía la ropa.
¿Y tú? ¿Le haces caso tú a él? ¡Qué fácil es echar la culpa al otro! ¿Te has preocupado tú por él? Puede estar cansado y se ha dormido; o se le está clavando una uña; o… tú le estás haciendo daño con tus zapatos nuevos. No…, eso no se te ha ocurrido. Le puedes cuidar, querer. Pero es más fácil decir: "no me quieres hacer caso". —Mamá cogía pinzas y ropa y más pinzas y más ropa. Éramos muchos  en casa y papá se había ido.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Laura Hidalgo, primer premio del certamen “VALL DE GUADALEST”

El relato Bajo el humo de las farolas, de Laura Hidalgo, ha obtenido el Primer Premio en castellano del IV Concurso de Relato Breve Enric Valor-Vall de Guadalest, que organiza el Ayuntamiento alicantino Castell de Guadalest.

domingo, 4 de diciembre de 2011

JAVIER IBARROLA: "TAMBIÉN SUS LABIOS ERAN ROJOS"

No era habitual que en el bar de Tom entrara una mujer con el pelo y el vestido del mismo color. También sus labios eran rojos. Se habían sentado al fondo del local, donde Tom ya había ordenado las sillas; siempre lo hacía para anunciar que el Phillies cerraba sus puertas, o al menos que él quería hacerlo. 
Con la mujer llegó un tipo de sombrero y traje gris. Jugueteaba con un cigarro apagado mientras la pelirroja se miraba los dedos como si en ellos hubiera aparecido una extraña criatura. No hablaban; seguro que no hablarían en toda la noche. Pude ver los ojos del hombre cuando trataban de enfocar al rubio Tom para pedirle lumbre para su cigarrillo. Abrió la boca pero sólo pudo hacer eso, ni siquiera la cerró.
Yo llevaba tiempo sentado, el suficiente para vaciar cinco vasos de güisqui con los que jugaba haciendo circunferencias húmedas sobre la madera. La gracia, si es que aquello tenía alguna, era que debían ser tangentes; aquella noche estaba dispuesto a llenar toda la barra con ellas. Muddy Waters me ayudaba con su “Rollin´Stone”.
Era la hora en que la calle y las ventanas de las casas quedan oscuras, el frío es húmedo y la luz del Phillies y la de la única farola de la esquina atraen a los tipos raros como los focos de un mustang a los insectos de un pantano.
Hacía unas horas que había dejado a Molly en el restaurante. No me sentía orgulloso ni era de las cosas más valientes que había hecho nunca. Sí, Molly, ahora vengo, espérame, le había dicho. Me levanté de la mesa, le sonreí sin soltar el cigarro de mi boca -de otra forma no hubiera dibujado aquel esbozo de sonrisa- y me dirigí a la salida. Cogí mi sombrero y sin mirar atrás salí del local.
Molly es una buena chica y se merece algo mejor que un canalla que no puede dejar de mirar a cualquier pelirroja que entre de madrugada en un tugurio como el de Tom. Por cómo me miraba, ésta sí debía merecerlo.
Mientras Tom limpiaba el bar y ordenaba por tercera vez todas la sillas, saleros, pimenteros, servilletas y cualquier cosa que pudiera moverse, decidí que aquella noche de noviembre era demasiado fría para pasarla solo. Su acompañante aún no había cerrado la boca cuando me levanté y saludé a la mujer pasándome los dedos por el ala del sombrero.
El sonido de sus pasos sobre la tarima recorrió todo el local, seguidos de la mirada de Tom. No me giré cuando me alcanzó el tac-tac de sus tacones, pero distinguí su perfume y despertó en mí el ansia del calor esperado. Recuerdo la sonrisa que me dirigió desde la puerta esperando que yo se la abriera. Buenas noches, Tom, creo que es hora de que cierres el bar. Buenas noches, Sam. 
Cuando salimos a la calle reparé en un hombre que sostenía unos folios sobre una carpeta. Con un lápiz trazaba unas líneas sobre el papel mientras levantaba la vista en golpes cortos, mirando la gran cristalera del Phillies. Espera, encanto, no te marches. Me acerqué al hombre y miré el papel. 
El semáforo golpeaba con el cambio de luz cada treinta y siete segundos. Los mismos que estuve mirando el dibujo en el que yo aparecía de espaldas, parecía sereno, la mujer se miraba los dedos y al borracho aún no se le había caído la mandíbula. ¿Cómo te llamas chico? Hopper, señor, Ed Hopper. Está bien, Ed, gracias por no dibujar los cinco vasos. No los veía señor.
La calle estaba vacía. Cuando me marchaba con la pelirroja colgada del brazo, lo último que oí fueron los golpes del semáforo y las voces del hombre del sombrero gris llamándola desesperado.

Vistas de página en total